- Andrés, en este frasco dice que las pastillas ya vencieron hace mas de tres meses.
- Eso no importa, los medicamentos nunca vencen solo disminuyen su efecto, así que tomate el doble de los que sale en las indicaciones.
- ¿Cómo sabes eso?
- De Internet.
Como la cabeza me dolía el doble de lo normal, tome tres veces la dosis indicada.
- Eso si, si ahí dice que en quince minutos hace efecto, te tendrás que esperar una hora.
Aprieto con los pulgares mis sienes, de pensar que tengo que esperar una hora, me duele más la cabeza, abro el caño del lavadero de la cocina y debajo del chorro frío meto mi cabeza, los dedos del agua masajean mi cabello, me inclino para que entren en mi boca y bebo. Me reincorporo, siento el agua correr por mi cuello, mis hombros, mi espalda, mojando mi camisa y salpicando sobre el piso.
- ¿Andrés no tienes alguna cerveza en el refri? – le grito.
- Sabes que no bebo – me dice mientras entra a la cocina.
- Pero deberías pensar en los amigos.
- Tú antes no bebías.
- Bueno, pensar en los amigos que alguna vez empezaran a emborracharse.
- Lo que necesitas es una ducha, y dejar de mojar el piso de la cocina.
- No tengo ropa para cambiarme.
- Báñate carajo, yo te presto algo.
Entro a la ducha, veo diminutos frascos de shampoo de hotel. Me pongo bajo el chorro de agua helada, grito un cántico en lenguas e improviso una especie de danza de la lluvia, un frío del carajo, Andrés me advirtió que no hay agua caliente en su casa dice que el agua fría mejora la circulación y te mantiene despierto, supongo que lo que permite es que los billetes se mantengan en su billetera, me cercioro de eso mientras doy brincos y me enjabono con un deforme sándwich de sobras de jabón.
Andrés ha aceptado acompañarme en este improvisado viaje. Sentado en un banco de la cocina lo miro mientras prepara algo para entretenernos el estomago antes de partir. Saca del congelador unos panes.
- ¿Esos son los panes prehorneados? – le pregunto.
- No, son los panes que me sobraron la semana pasada, como la compañía me envió fuera de la ciudad los congele.
Pone sobre la mesa un plato con unas laminas de queso. Noto que tienen unos puntos verdosos.
- Me parece que ese queso tiene hongos.
- Son inofensivos, los buenos quesos contienen mohos. Pero si te incomodan límpialos con una servilleta.
Ya no quiero preguntar de donde sabe eso, solo mantengo mi estomago vacío. Tengo la esperanza que interpretando correctamente lo que Andrés hace con las cosas materiales, yo pueda aprender a sacarle el máximo provecho a la vida.
- Eso no importa, los medicamentos nunca vencen solo disminuyen su efecto, así que tomate el doble de los que sale en las indicaciones.
- ¿Cómo sabes eso?
- De Internet.
Como la cabeza me dolía el doble de lo normal, tome tres veces la dosis indicada.
- Eso si, si ahí dice que en quince minutos hace efecto, te tendrás que esperar una hora.
Aprieto con los pulgares mis sienes, de pensar que tengo que esperar una hora, me duele más la cabeza, abro el caño del lavadero de la cocina y debajo del chorro frío meto mi cabeza, los dedos del agua masajean mi cabello, me inclino para que entren en mi boca y bebo. Me reincorporo, siento el agua correr por mi cuello, mis hombros, mi espalda, mojando mi camisa y salpicando sobre el piso.
- ¿Andrés no tienes alguna cerveza en el refri? – le grito.
- Sabes que no bebo – me dice mientras entra a la cocina.
- Pero deberías pensar en los amigos.
- Tú antes no bebías.
- Bueno, pensar en los amigos que alguna vez empezaran a emborracharse.
- Lo que necesitas es una ducha, y dejar de mojar el piso de la cocina.
- No tengo ropa para cambiarme.
- Báñate carajo, yo te presto algo.
Entro a la ducha, veo diminutos frascos de shampoo de hotel. Me pongo bajo el chorro de agua helada, grito un cántico en lenguas e improviso una especie de danza de la lluvia, un frío del carajo, Andrés me advirtió que no hay agua caliente en su casa dice que el agua fría mejora la circulación y te mantiene despierto, supongo que lo que permite es que los billetes se mantengan en su billetera, me cercioro de eso mientras doy brincos y me enjabono con un deforme sándwich de sobras de jabón.
Andrés ha aceptado acompañarme en este improvisado viaje. Sentado en un banco de la cocina lo miro mientras prepara algo para entretenernos el estomago antes de partir. Saca del congelador unos panes.
- ¿Esos son los panes prehorneados? – le pregunto.
- No, son los panes que me sobraron la semana pasada, como la compañía me envió fuera de la ciudad los congele.
Pone sobre la mesa un plato con unas laminas de queso. Noto que tienen unos puntos verdosos.
- Me parece que ese queso tiene hongos.
- Son inofensivos, los buenos quesos contienen mohos. Pero si te incomodan límpialos con una servilleta.
Ya no quiero preguntar de donde sabe eso, solo mantengo mi estomago vacío. Tengo la esperanza que interpretando correctamente lo que Andrés hace con las cosas materiales, yo pueda aprender a sacarle el máximo provecho a la vida.
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