jueves, 27 de marzo de 2008

Apunte 3

Mi caso era difícil de catalogar, sufría de una clase de hipercreatividad, la cual devenía en déficit de atención. Durante las clases nada me interesaba, solo trataba de plasmar las formas y sonidos que surcaban como fuegos artificiales mi mente, en mi cuaderno me dedicaba a garabatear dibujos y según alegaba a los maestros, también cuentos. Eso es lo que le explicaba la directora a papá, mientras yo a su costado trataba de mantenerme quieto en mi silla, él la escuchaba con las cejas fruncidas y volteaba hacia mí de vez en cuando para zurrarme con la mirada.

Luego un doctor dictamino que nada de medicinas, las cuales podían aumentar mi sensible imaginación o en el peor de los casos volverme tarado. Mi padre, me quería mucho, como todo padre normal, y no vio mejor forma que someterme a una disciplina militar, y a llevarme todos los fines de semana a clases de catecismo. Debía realizar actividades ya estructuradas, según él, y los especialistas se lo afirmaron, no hay cosa más simple y menos sujeta al razonamiento que seguir las ordenes de un militar y aceptar cuestiones de fe sin chistar.

No niego que fue difícil adaptarme a la normalidad. Mi padre escondió mis colores, mis lápices, apago las luces de mi mente, y pisoteo hasta el mínimo indicio de una chispa imaginativa.
......

Me mantuve al margen de las drogas y el alcohol, esas cosas eran capaces de reactivar lo que tanto me había costado combatir, me volverían un sujeto inútil e improductivo, mi padre me lo recordó en mi juventud y mientras duro mi carrera de contabilidad, mi psiquiatra en mi madurez, y ahora me lo recuerda constantemente mi mujer.

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